Aprender a contar
Aprendemos a contar
un día,
y seguimos haciéndolo
el resto.
Contar es como respirar,
aunque no lo valoremos demasiado,
lo hacemos todos los días,
desde el dinero para el pan,
a los viajes del bonobus.
Y no seré yo quién desprestigie los grandes conocimientos,
pues lo son,
pero no serían nada sin las cosas básicas de la vida.
Aprender a contar y leer es como empezar a andar,
ni siquiera gatear,
antes de correr necesitas saber andar,
y una vez en la cima, el medio o el final de tu carrera,
necesitarás y de hecho seguirás andando,
de igual modo leerás y contarás todas las mañanas, tardes y noches,
y te irás a la cama habiendo hecho al menos una de las dos cosas,
yo diría que las dos.
Para aprender a contar,
igual que a leer,
hace falta unos buenos maestros,
un poquito de tiempo de los padres,
y años de entrenamiento,
seguir contando día a día,
también leyendo.
A nuestros padres los recordaremos siempre,
a nuestros maestros de Infantil y Primaria,
quizás menos.
Pero siempre recordamos algo,
por recordar,
recuerdo los veranos con mi padre en el campo,
cuando me hacía contar hasta el número más alto que yo fuera capaz,
y una vez allí,
volver a empezar.
Por recordar,
yo recuerdo a un niño que contó todos los camiones de aquí a Madrid,
y a la vuelta los coches blancos.
Aquel día comprobó que sabía contar perfectamente,
pero ahora,
ese niño ve algo más allá,
algo que no vio entonces,
la satisfacción personal que el sentía,
y que siente cada día cuando lee y comprende algo,
se la debe también a su maestro de Infantil,
a aquel que le enseño a contar.
Porque todos cuentan.
Porque todos los días
cuentan.
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