viernes, 27 de noviembre de 2015

30441610

La verdad no sé que llega primero, estoy improvisando, he dejado siempre de ser, mientras quería serlo siempre, el chico de los planes. He maquinado cincuenta y destrozado doscientos en el último segundo porque un latido, un suspiro me empujaba hacia el otro lado. Sí, si todavía no ha quedado claro, me gustan los planes, pero me gusta más cuando se rompen, y acierto con el tijeratazo.

Es la parte más bonita de tener nuestras propias historias, el sabernos culpables y protagonistas de la línea argumental, y eso que ciertas cosas parecen estar fuera de nuestra jurisdicción, por mucho que creamos que elegimos casi todo.

Número de pendientes, tatuajes, cicatrices con recuerdos asociados, relaciones fallidas, día más odiado o tu mejor nota en un examen de Selectividad. 3,0,4,4,16,10, y ya le hemos dado número y un par de capítulos a nuestra pequeña existencia. Pues hasta todas estas cosas, de las que tal vez nos creemos autores totales, no nos pertenecen tanto, pendientes y tatuajes ya llevaban otros, cicatrices tiene cualquiera, de los errores no se libra nadie, los días oscuros se mueven bajo las nubes, al final te toca y en cuanto a las notas, fíjate, hasta alguien tuvo que decidir que entraba en ese examen.

Por eso, por muy cercanos al ombligo del mundo que nos veamos, lo importante, lo que hay que disfrutar, fuera del Carpe Diem, fuera del desmadre y la vida alocada, lo que verdaderamente este uno más, entre tantos, este número 30441610 que me he adjudicado hoy, solo sirve para recordar no solo esos datos, sino los opuestos, los exámenes de 0, los días más felices, la relación que algún día no fracasará, las heridas de las que me libre, los tatuajes que por qué no, tal vez si tenga algún día, y el número de pendientes, que me tenga que quitar o no en un futuro. Todo esto, si en ese último segundo, en ese suspiro o latido, decido hacerlo, porque la verdad, nunca sé una mierda de lo que estoy hablando. Pero lo que sí he descubierto, es que las cosas que hacemos de esta forma, llámalo con el corazón, con la locura interior, con lo que sea, esas cosas, son las que realmente nos pertenecen. En lo bueno y en lo malo.



lunes, 16 de noviembre de 2015

Del cine al teatro

El actor mejor pagado de Hollywood no pareció saber encajar muy bien su corta aparición en el debate, entre otros, entre cine y teatro de Birdman, tanto es así que hasta sus palabras se desmidieron al hablar de Iñárritu. Pero en parte, la película tiene mucha razón, aunque yo, yo quiero a Robert, porque tal vez no crea que el formato de la pantalla gigante sea el mejor, pero encuentro en algunos héroes de cómic, la misma capacidad de emocionar y transmitir con las explosiones y los saltos, que en la caída y subida del telón.

Lo que si que no veo correcto, es que en la vida real, la diferencia entre el cine y el teatro no se aprecie. Pues en la vida real, teatro no es exagerar ni fingir, teatro es sentir, y saber que si se te olvida el guión, tienes que solventar el momento tú solito. No hay cortes de escenas, repeticiones, tomas ni montajes, no. Lo que sí que hay son las tablas bajo los pies, el corazón frente al público y la seguridad de que se está poniendo toda la carne en el asador, por un puñado de aplausos, y no millones de dólares. Nadie me puede decir que eso no es más bonito, nadie.

Más en escena todavía, hablemos de las relaciones humanas, la cantidad de aplausos que merece algo que sale del propio actor principal, dobla sin duda a la de uno, dos, tres o cuatro con gran capacidad para llenar todas las salas. Una persona que te habla con el corazón, no puede tener una mala actuación, no puede defraudarte con el final de su papel, porque no es un papel, no es un medio para un fin, es la vida misma, sobre las tablas, la vida, sacada del cine, y llevada al teatro.




miércoles, 4 de noviembre de 2015

Una larga ducha, un pijama viejo...

Una ducha larga, un pijama viejo, pero viejo, uno de esos pijamas que nunca dejarías que viera una chica en una cita, y dejarse caer sobre la cama a plomo, pero a plomo, como un hombre bala. Redactas como si supieras de que hablas, como si tu mismo entendieras lo que quieres hacer o como si no te dieras cuenta de que no está en tus manos, te sientes poeta, más bien filósofo, dueño de la razón y sin embargo vives en una caverna. Miras la foto de la estantería, el dibujo de la otra pared, tu bote de perfume y al final acabas en el teléfono, empiezas entonces a ser menos filósofo, menos poeta, menos nada. Ni tan siquiera sabes si debes hablar a una u otra persona de esa agenda o si escribir sobre las cuatro cosas que ves en tu habitación, cómo si nunca a nadie se le hubiera ocurrido hacer algo así.

Tú ni siquiera intentas rimar, demasiado orden para ti, o no, no lo sabes, no te importa, eres ordenado y a la vez un terremoto, un tsunami, la ola más difícil de un mar de dudas, un océano de nada, un viento en cada mirada. Vuelves a mirar el móvil, tal vez lo hagas, tal vez no, dormir sin intentarlo, es como caer derrotado, morir sin luchar, quedarse dormido mirando al techo, suspirar por lo que una vez no has hecho.