Una vela, tan finita como la vida, tan fugaz como el momento
y tan cautivadora como el sentimiento
que te lleva a encenderla...
Se consume con la pasión, pero se mantiene en el tiempo, finita, fugaz,
cautivadora…
Tan desechable a veces y sin embargo tan atractiva, romántica
y bohemia.
Una vela…
Comienza y se acaba, se enciende y se apaga, nos ilumina,
representa el instante más puro de amor y la más clara representación de dolor.
Una vela…
Es el fuego, el calor, el amor, el deseo y la pasión,
también la tristeza, la melancolía y la añoranza. Antaño imagen divina, más
ahora abandonada, superada, obsoleta.
Vencida ante la luz, la música, los cines…
La ropa, los viajes, las joyas… No, una vela no puede caer, una vela se consume como el
incienso, como la relación, como la pasión, como la cita, como la noche…
Pero
se vuelve a encender, una vela no se apaga, una vela solo espera, encuentra y
vuelve a iluminarte.
No es romanticismo, no es amor, no es fantasía ni ficción, es
un centinela que “vela” por su vida, un amante que espera, un amante que
anhela, no es una vela, es un corazón.