miércoles, 4 de noviembre de 2015

Una larga ducha, un pijama viejo...

Una ducha larga, un pijama viejo, pero viejo, uno de esos pijamas que nunca dejarías que viera una chica en una cita, y dejarse caer sobre la cama a plomo, pero a plomo, como un hombre bala. Redactas como si supieras de que hablas, como si tu mismo entendieras lo que quieres hacer o como si no te dieras cuenta de que no está en tus manos, te sientes poeta, más bien filósofo, dueño de la razón y sin embargo vives en una caverna. Miras la foto de la estantería, el dibujo de la otra pared, tu bote de perfume y al final acabas en el teléfono, empiezas entonces a ser menos filósofo, menos poeta, menos nada. Ni tan siquiera sabes si debes hablar a una u otra persona de esa agenda o si escribir sobre las cuatro cosas que ves en tu habitación, cómo si nunca a nadie se le hubiera ocurrido hacer algo así.

Tú ni siquiera intentas rimar, demasiado orden para ti, o no, no lo sabes, no te importa, eres ordenado y a la vez un terremoto, un tsunami, la ola más difícil de un mar de dudas, un océano de nada, un viento en cada mirada. Vuelves a mirar el móvil, tal vez lo hagas, tal vez no, dormir sin intentarlo, es como caer derrotado, morir sin luchar, quedarse dormido mirando al techo, suspirar por lo que una vez no has hecho.


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